El edificio más bello del mundo
fuente | Opinión
Miércoles 7 de Dic., 2005 | modificación: 04:31
La arquitectura está muy cerca del ser humano y es, al mismo tiempo, reflejo y motor de su cultura. No sólo es un arte, sino algo esencial en la vida cotidiana de la humanidad. Las casas de la gente han cambiado a lo largo de los siglos y difieren también en las distintas regiones de la Tierra. Los templos, monumentos y otras edificaciones públicas muestran asimismo las circunstancias en que fueron creadas y delatan las creencias y las tecnologías de sus constructores. En consecuencia, detectar cuáles obras arquitectónicas son las más importantes, en un tiempo y en un espacio dados, es vital para poder seguir el curso de la cultura y de la civilización humanas. Hace unos cuantos años se hizo una encuesta entre 500 connotados arquitectos mexicanos. Se les preguntó cuál era el edificio o conjunto de edificios más notables construidos en la Ciudad de México en el Siglo XX. Cada respuesta es subjetiva, sin embargo, al sumar 500 respuestas subjetivas, el promedio de ellas adquiere algo de objetividad. Ésta es la base del método llamado Delphi — por el oráculo de Delfos — que usan los planificadores para detectar problemas importantes y sus soluciones. El resultado de esta encuesta es interesante; a veces la respuesta es la esperada y en otras ocasiones, sorprendente. El primer lugar como la obra arquitectónica señera lo ocupa la Ciudad Universitaria de mis amores. El óvalo central con sus murales, la espléndida Biblioteca Central con sus mosaicos, el Estadio Universitario y los frontones abiertos en los campos deportivos, todos ellos con fuertes reminiscencias de nuestra cultura prehispánica revivida siglos después, la hicieron acreedora a esta distinción. Por todo ello, además, se le acaba de declarar monumento artístico de México y se piensa proponerla a UNESCO para que la declare Patrimonio de la Humanidad, como otros sitios importantes de nuestro país, que ya lo son. El segundo lugar, en opinión de los arquitectos, tampoco nos sorprende. Es el edificio que alberga al Museo Nacional de Antropología, el museo más grandioso de América Latina. Rodeado de los viejos árboles del Bosque de Chapultepec. Su paraguas majestuoso cubre un espléndido patio, digno de las esculturas prehispánicas que lo rodean. El tercer lugar en la lista representó, al menos para mí, una sorpresa: el Edificio Ermita, que se halla en la confluencia de las avenidas Revolución y Jalisco, en Tacubaya. El edificio es joya arquitectónica del art decó. El Ermita, obra del arquitecto Juan Segura, es un edificio de ocho pisos, uno de los primeros rascacielos de la ciudad. Es plurifuncional, con locales comerciales en la planta baja; alberga, además, un cine, el Hipódromo, que contó con el primer sistema sonoro en la República Mexicana. ¿Qué ocurriría si una encuesta semejante se hiciera con muchos arquitectos a nivel mundial? Obtendríamos una respuesta a la pregunta ¿Cuál es la obra arquitectónica más bella del mundo? Con seguridad se propondrían catedrales góticas, el Vaticano, el Empire State Building, la Alhambra, el Partenón y no sé que más. Para mí la respuesta es clara desde algunos años: el edificio más bello del mundo es el Taj Mahal. El Taj Mahal, a diferencia del edificio Ermita, no tiene función alguna. Es un mausoleo que el emperador Mogul Jahan erigió en memoria de su amada mujer Mumtaz Mahal, muerta al dar a luz en 1631. El edificio mausoleo comenzó a erigirse en 1632 y 20,000 obreros trabajaron diariamente hasta completarlo once años después. Se encuentra a las afueras de la ciudad de Agra, en la India, a las orillas del río Yamuna. He visitado Agra en dos ocasiones. La primera vez fue en 1993 invitado por la UNESCO para recibir el Premio Kalinga para la Popularización de la Ciencia. Este premio, instituido por el magnate acerero hindú, el Sr. Patnaik, lo otorga la UNESCO cada año en París. Sin embargo, cada diez años la ceremonia de premiación tiene lugar en Delhi ¡y a mí me tocó en suerte recibirlo en la India! Después de un viaje lleno de aventuras, llegamos a la capital de ese maravilloso país, tan pleno de contrastes. Luego de una larga semana de conferencias, visitas y cocteles, llegó el fin de semana para hacer turismo. Llegamos a Agra por la tarde y de inmediato nos dirigimos al mausoleo más famoso del mundo. Sabíamos que al Taj había que verlo dos veces, al amanecer y cuando la luz se escapa. Cada impresión es única, pues uno ve dos edificios diferentes, de color y reflejos distintos. Después de recorrer calles desordenadas y malolientes, se llega por fin a esta maravillosa construcción. El atardecer fue esplendoroso. Al día siguiente, muy de mañana vimos salir el Sol. El amanecer también fue resplandeciente. Difícil sería decir cuál de los dos espectáculos es más hermoso. Unos años después volvimos a Agra y repetimos las visitas al Taj. Volvimos a quedar maravillados. Se atraviesa un largo estanque y se aproxima uno al edificio. Está hecho de mármol con incrustaciones de piedras semipreciosas, que forman palabras en árabe, flores y otros motivos. Tal vez en estas incrustaciones resida la belleza única del conjunto. El Taj visto de lejos es muy simétrico, en el sentido de los geómetras. Cuerpos geométricos como una esfera o un sólido platónico, son ciertamente bellos. Si se rota una esfera respecto a un eje que pasa por su centro, la esfera es invariante. No nos daríamos cuenta si esa transformación — en este caso, una rotación cualquiera — se habría efectuado o no. La esfera es invariante frente a rotaciones, dicen los matemáticos. Algo similar ocurre con un sólido platónico, como un cubo. Si fijamos un eje perpendicular a una de sus seis caras y que pase por el centro del cubo, éste no se altera si hacemos una rotación con un ángulo de 90 grados. También resulta el cubo invariante frente a una reflexión en un espejo paralelo a una de sus caras y que pasa por el centro del cubo. Una hilera de casas idénticas dispuestas a lo largo de una calle recta y separadas por la misma distancia de sus vecinas próximas, es invariante frente a una transformación diferente: en este caso se trata de una translación a lo largo de la calle por esa cierta distancia que caracteriza el conjunto. Los sólidos cristalinos, cuyos átomos están colocados de manera ordenada, presentan muchas de estas simetrías. Los sistemas físicos que presentan simetrías son los más fáciles de estudiar. Por ello en la física las simetrías son importantes. Si algo caracteriza a la física del Siglo XX, es el análisis de la simetría. Los físicos han superado a los matemáticos pues han descubierto transformaciones que van más allá de las geométricas. Esto les ha permitido desarrollar teorías que explican las propiedades de las partículas elementales, los más íntimos constituyentes de la materia. Vemos simetrías por todas partes, y las apreciamos. Las observamos en un copo de nieve, en las flores y en los árboles, hasta en la belleza volcánica del Popocatépetl. Pero debemos conceder que demasiada simetría puede resultar un tanto aburrida. Una cierta casa, bien diseñada y bella, resulta muy atractiva. Sin embargo, una larga hilera formada por casas idénticas nos repele, pierde su belleza. Los cuerpos simétricos son ciertamente bellos. Lo es también un rostro de mujer con simetría izquierda - derecha. Empero un lunar junto a la boca que rompe la simetría bilateral, aumenta su atractivo. En este sentido, lo bello es algo que presenta una simetría ligeramente rota. Es esto lo que ocurre con el Taj Mahal. Es un edificio muy simétrico, invariante frente a un grupo amplio de transformaciones, como dirían los matemáticos. Pero las incrustaciones de piedras semipreciosas rompen ligera y agradablemente la simetría del edificio. Ahí radica, creo yo, la indescriptible belleza del edificio más hermoso del mundo. *Director del Centro de Ciencias Físicas de la UNAM *Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias (CCC) consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx
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